MEMORIAS DE MARCO. HISPANIA (IV). PUENTES.

Me satisface enormemente estar asomado a la ventana de mi casa de campo y ver el cielo claro jaspeado de sedosas nubes blancas y el deleitoso vuelo errático de las golondrinas buscando los insectos para llevarlos a sus nidos.
    Siempre me gustó este tiempo de finales de la primavera.
    El tiempo en Roma es similar al del este de Hispania.
   Siempre me gustó Hispania. País bañado por el Mare Nostrum, como Italia. Somos tan parecidos, y tan diferentes…; aunque los habitantes de la península Ibérica se parecen cada vez más a nosotros, en lo físico me refiero. De joven, cuando hicimos campaña por aquel lugar, recuerdo que las gentes eran de piel oscura tostada por el sol; ojos negros o marrones; pelo largo y pobladas barbas, sin embargo bien cuidadas. Recuerdo que me gustaba más el aspecto curtido, y las hechuras bien marcadas de las mujeres hispanas de cabello azabache, que la tez blanca y la seda impoluta y transparente, marcando los senos insinuantes, de las patricias romanas. Pero Octavia era diferente: mujer humilde de serena belleza. Madre abnegada. Siempre intentando establecer puentes entre su hermano, nuestro augusto emperador, y sus traidores adversarios.
    Puentes…
   Ayer pensaba en acueductos. Hoy me viene a la mente el concepto de puente. Ha entrado en mi cabeza al enlazar la idea entre la buena voluntad de la hermosa Octavia y el objetivo final de esas obras de ingeniería: comunicar orillas opuestas, unir pueblos, salvar corrientes de aguas bravas o mansos ríos que en tiempos de tormentas amenazan con sus destructivas crecidas.
    Puentes…
   Puentes de Roma. Puentes de Roma en Hispania. Hispania. Otra vez, Hispania…
  Moría de envidia hacia el ingeniero que estuviera construyendo los puentes que me anunciaba Augusto cada vez que se dirigía a mí con esos ojos brillantes, la sonrisa triunfal del que está convencido del trabajo bien hecho: <<Marco, Marco, han comenzado las obras del puente de Iulia Augusta Emérita. ¡Tiene sesenta y dos arcos. El núcleo será de opus caementicium y estará todo revestido de nuestros sillares almohadillados! ¡Marco, por Júpiter, ¿no lo ves?, nuestro Imperio crece!>>. O cuando aquella noche vino a mi casa a tomar vino y me comentó, como quien no quiere la cosa: <<Esta tarde me han llegado noticias desde Iberia. Ya se ha inaugurado el puente de Helmántica. Es mucho más pequeño que el de Emérita, ¡pero está construido a base de granito procedente de unas canteras cercanas!>>. Y luego acababa diciéndome: <<Amigo, Marco, con estas construcciones, La Vía de la Plata sigue su camino…>>
    Pero eso ya lo sabía yo. En Hispania se estaban haciendo grandes cosas. Y yo, mientras, estaba en Roma repasando mis escritos <<De Architectura>> para él. Para el emperador. Mi amigo.

    Todo eso ya ha quedado atrás. Ahora, las golondrinas siguen revoloteando por el firmamento. Parece que ha empezado a correr el aire y hace un fresco reconfortante. Tengo hambre. Levantaré mi viejo cuerpo de esta sencilla cathedra y le diré a Sedrik, mi joven esclavo celta, que me prepare algo de comer.

      Quizá esta tarde pueda seguir descansando. Y recordando.

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