MEMORIAS DE MARCO. HISPANIA (III). ACUEDUCTOS.
Hoy la mañana ha aparecido
lluviosa y hace viento.
Las gentes andan inquietas en el foro.
Cuentan noticias de nuevas rebeliones en Palestina. Mi amigo, el senador Craso,
me ha confiado que no hacen más que aparecer profetas por aquellas tierras
anunciando la pronta venida de un caudillo que hará temblar los cimientos del
Imperio y de sus dioses. A diferencia de muchos de mis coetáneos, yo pienso que
el Imperio Romano no será eterno…, sino que será Roma la ciudad eterna.
Pero ese no es mi tema.
Mi tema son las obras que perdurarán en el
tiempo, a través de los siglos; obras que resistirán al tiempo y al espacio, y
en lugares como: Italia, La Galia, Britania, Germania, Helvecia, Tracia,
Grecia, Hispania…
¡Aaah! Hispania…
En nuestras guerras con los pueblos
cántabros, nuestras legiones recorrían los caminos desde Augusta Emérita hasta
Caesaraugusta. Advertí a Cayo Julio de la importancia de crear un asiento
duradero en Segovia. <<César, es importante que llegue el agua a este
lugar>>, le decía. Luego, con el paso de los años, ya en Roma, le insistí
a César Augusto: <<Octavio, debes mandar que se construya un acueducto en
Segovia. Tengo la técnica para hacerlos fuertes y resistentes. Este cumpliría
las tres cualidades necesarias en toda obra pública: firmitas, utilitas, venustas —sólidas, útiles, hermosas—>>.
Pero Octaviano no era del todo diferente a su tío abuelo. Sólo le preocupaban
las conquistas, los censos, saber cuántas almas poblaban su imperio. Y, en
cuanto a la obra civil, sólo le interesó el desarrollo de Roma, dejándole a
Vepsanio Agripa la responsabilidad de construir y desarrollar en nuestra ciudad
estado. Pero el futuro estaba en Hispania.
Hispania…
Octaviano
no supo, o no quiso verlo.
<<César, quien construya un acueducto
en Segovia será recordado para siempre. Dotarías a sus gentes del agua, de la
vida, del líquido fresco que apacigüe la sed y las necesidades de esa zona del
país de la piel de toro. El monumento tendría que hacer frente a diversos
desniveles y, después de tres leguas desde su inicio, se mostraría en todo su
esplendor al paso por la urbe. Valdrá la pena>>, le dije. César Augusto
únicamente se limitó a mirarme con una media sonrisa y me dijo que no me las
diera de visionario, que aún no era el momento; que esa obra ya se ocuparía de
emprenderla su sucesor en el imperio que empezaba a crecer, a surgir de nuevo
del vientre de la loba.
<<Octaviano,
acuérdate de lo que te digo: la obra que ahora pospones y te niegas a emprender
será llamada y admirada como El Acueducto de Segovia. Y estará en Hispania…>>
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