¿Y por qué no el puerto de A Coruña?
Noroeste de Hispania S. II a. C. : El centurión miró al horizonte y sintió un escalofrío por todo su cuerpo que le erizó la piel de su nuca recorriéndole toda la espalda. Sus soldados guardaban, como él, un silencio sepulcral. Sobre el imponente promontorio de rocas de aquel territorio de la inhóspita Hispania, el contingente de legionarios imperiales perfectamente formados contemplaban la caída del sol a través de la línea que marcaba el final de aquel océano misterioso bañado con reflejos cobrizos y anaranjados creados por los destellos dorados del astro rey en su retirada parsimoniosa en el horizonte. El oficial al mando dio media vuelta. Sus seguidores emitieron marciales sonidos metálicos al cuadrarse. Los observó detenidamente, pasando revista con la mirada de un lado a otro a sus rostros expectantes, y con una mezcla de inquietud y solemnidad se dirigió a ellos, alzando la voz como si de una orden en batalla decisiva se tratara, para decirles: —<<¡Ec