MEMORIAS DE MARCO. HISPANIA (VIII). EL FINAL.

Siento la mano de Octavia asida a la mía. Octavia, sólo ella, la bella, hasta el final.
    Es lo único que percibo mientras mi maltrecho cuerpo yace postrado en mi lecho. El vahído que sufrí ayer por la mañana ha sido más grave de lo que parece: afectó tanto a mi cabeza que me obliga a permanecer inmóvil, llegando solamente hasta mis oídos las conversaciones de los pocos que se acercan a visitarme y hasta mi mano izquierda el roce de los dedos de la mujer única que me acompaña en estos aciagos momentos.
    Decía mi colega Agripa que para que una estructura de ingeniería se colapsara y se viniera abajo tendrían que pasar tres circunstancias, y todas a la vez: que estuviera mal proyectada o prevista, que estuviera mal ejecutada o construida y que, además, el terreno no aguantase, que no fuera el idóneo y colapsase. Si sólo se daba una de ellas, entonces la obra se mantenía en pie. Pues bien, la estructura de mi ser físico ha sufrido el cumplimiento de estas tres condiciones: el cuerpo humano está mal proyectado, mal construido y su cimentación (sus humores, partículas y sangre) es perecedera. Por eso, al final de los nuestros días, sucumbe. Únicamente su esencia, su alma, es perfecta y eterna, siempre y cuando se haya cultivado con virtud, honradez y dedicación. Mi alma estará pronto con las de mis ancestros. Eso espero. Lares y manes: cuidad de mi hogar y de sus habitantes cuando me haya ido.

    Júpiter, gracias por mantener mi pensamiento, mi oído y el tacto de mis dedos incólumes. El pensamiento, para decirme a mí mismo todo esto que ya no puedo escribir; el oído, para escuchar las palabras de amor y ánimo de Octavia, las de fidelidad de Sédrik (él cree que no le oigo), y las tiernas de Libia; y el tacto de la punta de mis dedos, para sentir los de la mujer que amo, no me cansaré de decirlo.
    Es extraño. Mi cuerpo yace en Roma, pero mi mente vuela, de nuevo, hacia Hispania. La hermosa Hispania.
    Días antes de darme el patatús, estuve hablando con Agripa. Vino a verme. Me unía mucho a él, pues nacimos el mismo año, los dos rendimos lealtad a Cayo Julio César y a su sobrino-nieto, Octaviano César Augusto, en la península Ibérica, como militares de sus legiones, y luego también fuimos sus ingenieros…, y amamos a la misma mujer; aunque, él acabó casándose varias veces.
    Marco y yo sentíamos la misma admiración por las obras civiles que allí se hicieron, más que las propias de Italia. Aunque la gente piensa que fuimos rivales —y, a veces, razón no les faltaba—, ambos disfrutábamos en nuestros encuentros comentando las novedades de las construcciones de sus ciudades, fundadas por nosotros, los romanos. Como las de Emérita Augusta y su puente de 62 arcos, paso obligado para transitar por la vía Iter ab Emerita Asturicam, con su acueducto* y el portus gaditanus, en la bahía de la ciudad de Gades. Me hubiera gustado vivir lo suficiente para contemplar el nuevo acueducto proyectado para Segovia. Éste será ejemplar y único en el mundo cuando se lleve a cabo.
    Acompañados por buenos caldos de vino, mi tocayo Agripa y yo nos deleitábamos con los detalles de las demás obras que se creaban en otras ciudades de aquella amada provincia: Lucus, Astúrica, Pompaelo, Legio, Salmántica, Caesar Augusta, Tarraco, Barcino, Saguntum, Valentia, Lucentum, Illici, Cartago Nova, Ilorci, Malaca, Hispalis… y tantas otras.

    Minutos antes de caer desvanecido me comunicaron la triste noticia de que mi rival y amigo había fallecido: Marco Vipsanio Agripa dejaba este mundo para cruzar a la otra orilla del Aqueronte. A pesar de nuestras diferencias de actividad —él fue más ejecutivo y yo más teórico, con mi De architectura— compartimos, a lo largo de nuestras fructíferas vidas, las mismas épocas, lugares y amistades… Y, tal vez, ahora participemos del mismo año de tránsito eterno.

    Siento que me cuesta respirar. Mi corazón se ralentiza y experimento un abatimiento enorme en mi ser. Se... me hace... terriblemente difícil el pensar, y lo único que quiere... mi mente... es que la deje descansar, y mi cuerpo que lo entregue a los abrazos placenteros de Somnus..., el dios romano de los Sueños. Octavia me aprieta la mano..., la oigo sollozar quedamente y acerca sus labios a los míos... Extrañamente, esa parte de mi carne también siente su cálido... aliento. Veneradas Venus… y… Proserpina…, ¡qué sublime… y anhelada manera de morir!: sintiendo… el dulce e íntimo… contacto de la persona… a la que amas…
    Gracias… por permitirme... apreciar… este último… beso de… mi fiel compañera, mi amante..., la bella… Octavia…

    Hubiese… deseado tanto… que esto… hubiera… ocurrido…en… Hispania…

    Amada Hispania… Hispania... Hispania...


(* Ver la entrada de 14 de junio de 2016, <<El acueducto romano de Gades>>

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