To Be or Not to Be a Good Person. That is the Question.


<<En esta profesión, lo último que quiero que digan de mí es que soy buena persona>>, lo dijo así, y se quedó tan pancho.

    Yo lo miré fijamente, mientras saboreaba una pequeña ración de guisantes de mi plato combinado de ternera con huevo y rodajas de tomate natural. Creo que me quedé unos segundos con el tenedor dentro de mi boca, como pensando en la afirmación que mi compañero de mesa acababa de lanzar tan convencido.

    Lo recuerdo perfectamente: estábamos en una de las mesas del self-service de la zona de no fumadores del restaurante de una famosa cadena de tiendas de alimentación y centros comerciales (era la época en la que separaron las salas entre los que comían con cigarrillo posterior y los que no). Solíamos comer juntos si a la hora del cierre de mediodía nos encontrábamos en las oficinas de la empresa. Tengo que decir que la persona que dejó salir esa sentencia por su boca, para mí era una de esas personas nobles y honestas, en las que podías confiar tanto en el trabajo como fuera de él.
    Cuando tragué las bolitas verdes de la guarnición, le pregunté con verdadero interés: <<¿Por qué dices eso?>> Y él me respondió, muy seguro y no sin parte de razón: <<Porque si piensan que eres buena persona, y se corre la voz, entonces intentan aprovecharse de ti>>. A lo que yo le contesté algo parecido a esto: <<Bueno, se aprovecharán de ti si permites que lo hagan y no estás atento>>. El me rebatió más o menos con estas frases: <<Eso es cierto. Pero si te muestras como una buena persona, los contratistas de las obras lo intentan —el aprovecharse— con más ahínco. Y luego hay otra cosa: aparte de sacar adelante una obra, si no vas por ahí siempre como con mala leche, gritando o diciendo tacos, algunos jefes piensan que eres un blando y nunca te darán obras importantes. Puede ser que con ellos —ese tipo de jefes— sólo consigas trabajos pequeños y sueldos bajos>>. Yo le apunté: <<Hombre, no siempre es así. Yo tuve un jefe, muy bueno y competente además, que me dijo que las obras pequeñas eran las más difíciles de defender, pues estaban muy ajustadas en tiempo y presupuesto, y era ahí donde debías hacerte valer>>. Mi compañero de mesa miró hacia otro lado y soltó, casi imperceptiblemente y no muy convencido: <<Ya, ya…. Pero si en esta profesión no te ven con mala hostia…, estás perdido>>. Lo que me llevó a evocar fugazmente ese momento de aquellos primeros meses, años atrás, de iniciación en mi andadura profesional (como becario de colaboración entre la universidad y una constructora), cuando era un pimpollo recién salido de la escuela de ingenieros. Colaboraba en dos obras simultáneas de reurbanización de calles del casco antiguo de Valencia capital, y en las que empecé a trabajar como jefe de producción (es decir, por explicarlo de alguna manera, el ayudante del jefe de obra, el cual es el máximo responsable de la empresa en la ejecución física del proyecto). Recuerdo que, en los comienzos de la citada obra, lo pasé fatal. Me quedaban tres asignaturas (<<Hormigón>>, <<Metálicas>> y <<Geotecnia>>) para acabar la carrera de Obras Públicas, dentro de la especialidad de Construcciones Civiles, y me encontraba, tan verde como una lechuga, ante la cruda realidad laboral: un chaval de veintitantos años, que se había pasado un montón de años estudiando números y teoría, y que ahora se encontraba abocado al demoledor mundo del centrifugado a grandes revoluciones de contratistas arrolladores, proveedores acuciantes, directores de empresa estrictos con los resultados, arquitectos municipales, directores de obra implacables, asistencias técnicas; presupuestos, costes, mediciones, certificaciones, inventarios de almacén; compromisos políticos de finalización de tramos, planes ajustadísimos de obra para cumplir con esos compromisos, usuarios a los que había que minimizar las molestias consecuencia de la obra, vecinos a los que por supuesto, y por derecho, había que escuchar… Pues bien, en esos primeros meses de profesión, en los que yo era un aprendiz-ayudante que echaba muchas más horas que las establecidas en el convenio (comenzaba a las ocho de la mañana y raro era el día que no se me hacían las nueve o las diez de la noche para volver a mi apartamento de estudiantes del barri de Benimaclet) solía escuchar frases, de alguno de mis superiores (y no del jefe de obra, que he de decir que era un gran profesional con dilatada experiencia, además de buena persona, sociable, que me respetó como persona y trabajador y del que aprendí mucho) cuando se comprometían a un plazo imposible con el político de turno, y que aparecían por la obra sólo en esas situaciones a comunicar que había que trabajar sábados y domingos. Como digo, frases tales como: <<En esta obra lo que hace falta es alguien con mala hostia que lleve a la gente con el látigo>>, o <<Tienes que ser un cabrón que esté todo el día pegando gritos para obligarles a que se dejen los cuernos>>. Luego, tiempo después, siendo ya jefe de obra, hubo otro superior que me obligó a mejorar el resultado de la obra (obra, por otro lado, corta de presupuesto para el volumen de trabajos que había que hacer) a costa de recortar el montante de las facturas emitidas por los contratistas que habían cumplido con creces. Ni que decir tiene que el que daba la cara ante ellos era yo. <<No debes de tener ningún tipo de simpatía por ellos —me decía aquel jefe—. Deben de acarrear con las consecuencias y contribuir a mejorar el resultado de tu obra. Habla con ellos y déjaselo claro. No te importe ser un cabrón>>. Por supuesto que ningún empresario de las empresas subcontratadas lo entendió. Bueno, sí lo entendían pero no lo aceptaban, claro. Ése fue uno de los tres superiores con los que no llegué a congeniar, y tengo que decir que entre superiores inmediatos y de más arriba —jefes de grupo, jefes de departamento, directores de construcción, directores civiles, directores técnicos, gerentes, presidentes…— llegué a tener unos diecisiete o dieciocho, de entre las distintas empresas constructoras en las que participé y en las que aporté mis servicios, y de los que guardo un grato recuerdo de todos ellos, de los buenos profesionales, sin excepción. Todos aportaron algo a mi experiencia.

    A lo que voy: con el paso del tiempo puedo afirmar, desde mi humilde experiencia, que las cosas me han ido mejor intentando ser un trabajador ecuánime, justo en su justa medida con las quejas de proveedores y contratistas, comprensivo con los fieles y leales a la empresa. En definitiva: siendo una honesta y buena persona.
    Como he dicho, lo intenté aunque no sé si siempre llegué a conseguirlo.
  Por supuesto que tuve largas discusiones con los representantes de las empresas subcontratadas; y claro que protagonicé acalorados debates con los propietarios de maquinaria pesada, contratistas de mano de obra, jefes de plantas de hormigonado, equipos de aglomerado, señalización vial, iluminación viaria, telefonía; y, como no, con técnicos de asistencias técnicas, técnicos municipales, directores de obra… y así un largo etcétera de grupos y personal integrantes de una obra de ingeniería civil, pero como me dijo uno de esos buenos jefes de los que guardo un grato recuerdo, en mi segunda obra: <<Tienes que saber enseñar los dientes, pero cuando toque. Y siempre, siempre, con respeto hacia la otra persona. No lo olvides, ¿vale, Jorge?>>.

    Los que llegan a la conclusión y confunden: <<buena persona, luego tonta>>, sólo lo dicen y lo utilizan los gilipollas de verdad para intentar aprovecharse de los demás, y ocultar de paso que ellos son unos cabrones espabilaos.

    Siendo y comportándome de esta manera, buena persona, he recibido multitud de comentarios y cumplidos, durante la ejecución de obras o una vez que acabábamos las mismas y en las que habíamos colaborado juntos, de clientes (técnicos de ministerios, consellerías y consejerías, privados…) y subcontratistas, que me decían que habían trabajado muy a gusto conmigo y que lo volverían a hacer.


    Como dice el autor del blog “Hablar en público (Paco Grau)” en una entrada de octubre, titulada UN INGENIERO, COMO CUALQUIER PROFESIONAL, NO SÓLO DEBE SER UN “EXPERTO” EN LO SUYO, tal cual:

<<Desde hace tiempo, los expertos en selección de personal buscan profesionales con una formación integral; es decir, no sólo con muchos conocimientos técnicos, sino con grandes cualidades humanas: inteligencia emocional, capacidad de empatía, saber relacionarse con los demás, trabajar en equipo, saber compartir conocimientos, saber reconocer los errores propios, saber escribir correctamente, saber negociar y saber hablar en público, que es lo que yo enseño a ingenieros, médicos, abogados, economistas, informáticos, funcionarios, líderes, empresarios, políticos y estudiantes y profesionales en general.

Ser un "cerebrito" no basta para ser un buen profesional, si no se tiene como base todo lo que he mencionado; es decir, si no se tiene una formación integral. ¿Para qué quiero en mi empresa un ingeniero que sepa una barbaridad sobre un tema concreto de su especialización, si luego es un egoísta que no comparte sus conocimientos, si es un orgulloso que no sabe reconocer sus errores ni pedir perdón por ellos, si es un trepa que se dedica a criticar y perjudicar a sus compañeros, si no sabe mantener una discusión tranquila de contraste de opiniones y pareceres, si no sabe felicitar a los demás por sus aciertos porque es un envidioso, si no sabe participar en una reunión de trabajo porque no es capaz de expresar con claridad sus ideas al hablar en público...?>>.


    Para acabar, pues ya me he extendido demasiado, quisiera trasmitir mi convicción de que para hacer bien un trabajo, cualquiera que este sea, o conducirse en los actos cotidianos de la vida, no hace falta ir por ahí haciendo grandes aspavientos, ni gritar, ni creer que eres mejor negociador ni un zorro astuto por haber sabido sacar partido o haberte aprovechado de una debilidad del otro.

    Sí, sé que ser buena persona (y no parecer, que es distinto) no es lo que se lleva. Que es más <<cool>> intentar mostrar que somos más espabilados que los demás, y todas esas cosas…; pero, aun así, yo sí que quiero, y querré siempre, que digan de mí que soy una buena persona.

    Con esta última frase me despido. He dicho.

    Gracias de nuevo, y hasta pronto.



PD: No hemos hablado de ninguna obra de ingeniería, pero sí hemos sacado a relucir la profesión de ingeniero de las obras civiles y públicas. Algo es algo…



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