MEMORIAS DE MARCO. HISPANIA (VII). EMBALSES Y PANTANOS.
Siento que estoy llegando
al final de mis días. Me da la impresión como si me hubiera hecho viejo en un
momento; pero, no… Es la vida misma, la de cada uno, y la mía en particular, la
que ha pasado en un suspiro.
Es hora de dejar las cosas atadas y bien
atadas. Y, para eso, me he obligado a pensar con serenidad. La misma serenidad
de la que me he encontrado falto durante toda mi existencia. Aunque, gracias a
las divinidades de mi hogar y a las sumas deidades del Olimpo con el venerado
Júpiter, ¡oh, Júpiter!, a la cabeza, he podido enhebrar todas mis dudas con
justicia. Y la justicia no es otra que dejar todo lo que poseo a los que
últimamente se han conducido con amor hacia mí. Y no digo el amor interesado,
el lastimero, ni sentimental por los tiempos pasados, sino el verdadero. El
amor íntegro hacia mi persona, mis defectos y arrogancias, y hacia lo que me
convertido. Y ese afecto sin tapujos, ni máscaras de comedias y dramas me lo
han profesado, precisamente, las personas a las que un día privé de su libertad
para que me sirvieran y atendieran mis voluntades.
Como siempre, Octavia, mi bella y amada
Octavia, tuvo que ver en todo ello: con su dulce y sabia voz, emanando de sus
labios tan deseados y disfrutados por mí, condujo mis pensamientos hacia esa acertada decisión. En este
mundo de engaños, traiciones y beneficios ocultos, ella me hizo ver que eran
esas personas humildes las únicas a las que valdría la penar entregar mis
pertenencias mundanas, por las que tanto he luchado y que me han costado tanto
conseguir, esas que nunca podré llevar conmigo al inframundo, a las puertas del
Averno, donde me estará aguardando Caronte para la travesía en su barca eterna a través del río Aqueronte hasta llegar al Hades.
Y esos humanos herederos no
serán otros sino el hermoso Sédrik y la preciosa Libia. Antonia ya nos dejó.
Fue a los pocos días de comenzar el otoño, en las calendas de octubre. No puse
el óbulus bajo su lengua, pero sí dos
aureus sobre sus párpados cerrados,
así el barquero estará contento y le asignará un lugar privilegiado en su bote.
¡Oh, encantadora Proserpina, diosa del inframundo, recompensa a mi fiel sierva
por sus muchos años a mi servicio! Diosa del más allá, Octavia hablará con su hermano, nuestro
amado emperador, para que te honren con una placa, en la que aparezca tu
nombre, colocada en la presa que se construirá cerca de Emérita Augusta, en
Hispania…
Hispania… Hispania...
¡Maldita memoria que me
hace olvidar a la gloriosa Roma! ¡Hermosos recuerdos que me llevan hasta la
anhelada Hispania con sus imperecederas obras de ingenio romano!
Emérita Augusta es una de las urbes
favoritas y útiles del César, y así éste le brinda innumerables inversiones.
El
embalse de Proserpina estará situado a algo más de una legua* al norte de
Emérita, y acumulará las aguas provenientes de dos arroyos además de las
vitales de lluvia. Su dique, el muro de contención, de trescientos pasos** de
longitud, se construirá con sillares*** de las canteras de granito tan
abundantes en la zona recubriendo un núcleo de opus caementicium**** y con resistentes contrafuertes en la parte
interior inclinada, o en talud, del embalse —tantos como nueve, en lo que se
llama la zona de aguas arriba—, y otros en la parte que no toca el agua —la
denominada como aguas abajo—, que presentará un paramento vertical ayudado por
un terraplén. Será un embalse de almacenamiento de agua para la ciudad, a la
que llegará un acueducto que parta desde este punto…
Ahí estará: la presa de Proserpina, otro logro más.
Pero todo esto mis ojos ya no lo verán,
pues esta obra de ingeniería se acabará en el siglo venidero a más de setecientos años después de la
creación de Roma.
Se avecinan tiempos convulsos. Me vuelven a
llegar noticias de que grupos de judíos anuncian la inminente venida de un caudillo
en Palestina que los libre del yugo romano, dicen, con el uso de la gladius hebrea. Pero otros, los pocos,
hablan del nacimiento de un salvador que los haga libres mediante la paz y el
amor… Pobres ignorantes. Al margen de estas inquietantes primicias, se cuenta
que después de este improbable suceso nuestro Imperio iniciará un declive
militar, una crisis de identidad. Por eso es necesario construir, hacer obras
fuertes, firmes, útiles, para que las generaciones futuras nos recuerden y nos
admiren. No me cansaré de pensarlo, ni de decirlo y plasmarlo en papel aunque la
trémula luz de esta vela se esté extinguiendo y no me permita seguir
escribiendo ya estas memorias mías.
Caminos,
calzadas de paso y travesía, puentes para comunicar y salvadores de obstáculos,
acueductos conductores, puertos de llegada y relación, embalses guardianes del
agua vital y purificadora… Obras de Hispania: os anhelo en este final de tarde.
Anhelo contemplar vuestra belleza y la tierra donde vivís, así como anhelo la
presencia de Octavia, a cada segundo, cuando no está junto a mí.
Llamaré a Sédrik para que me ayude a levantarme de mi asiento, y, después de cenar, le pediré a Libia que me honre con su presencia y que me cuente alguna otra historia de su país allende las costas de África y de cómo son los días al otro lado del Mare Nostrum.
Así que dejaré la escritura por hoy.
(* La legua romana
equivalía a unos 4.400 m. La presa de Proserpina está situado a 5 km al norte
de Mérida).
(** El paso era una medida
de longitud que, para los romanos, era algo más de 1.47 m. El dique de
Proserpina mide 428 m, aproximadamente).
(*** Ya se habló de
sillares en la entrada del 29 de junio de 2016, post dedicado a la construcción
de puentes romanos).
(**** Conocido como el
hormigón romano, era una mezcla de cal, arena, o guijarros, y agua. Más tarde,
introdujeron la puzolana, un tipo de ceniza volcánica presente en la península
Itálica, que presentaba mejor comportamiento frente a la humedad)
Fuentes para los datos de la presa, y definición de opus caementicium:
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