Uno de los primeros recursos: el fuego


Si algo nos ha caracterizado a las personas a lo largo de los tiempos ha sido nuestra capacidad de observación, e intentar repetir las cosas con los medios y recursos a nuestro alcance, superando nuestros miedos.

Eso mismo haría aquel primer ser primitivo que observó cómo el tronco del árbol caía hendido por un rayo (¿el primer ingeniero?).
Ese antepasado nuestro también podría haber observado el poder de esa fuerza misteriosa que emitía un destello cegador y destructivo. De la misma manera se asombraría al ver cómo saltaban chispas mágicas cuando frotaba con sus propias manos aquellas dos piezas de sílex con las que intentaba construirse una herramienta cortante. Con toda seguridad, volvería a repetir aquel gesto, una y otra vez, aun a riesgo de quemarse, con tal de volver a experimentar esa sensación de asombro y averiguar por qué ocurría aquello.

A buen seguro que asimilaría e identificaría esas diminutas gotas voladoras de fuego con el destructivo haz de la Naturaleza (el rayo). Experimentaría que aquel suceso emitía calor y recordaría que el calor también lo conseguía cuando frotaba sus miembros, piernas, brazos, manos con sus cada vez más ágiles dedos, ante las inclemencias del tiempo, en los duros inviernos glaciares.

Observaría que lo que ardía más fácilmente cuando los rayos, enviados por los tótem y espíritus de la Naturaleza, caían sobre la tierra era principalmente lo vegetal. Así que un día cogería dos pequeños palos para frotar rítmicamente, como hacía con sus manos sobre sus brazos, y haciendo girar verticalmente, con esfuerzo y constancia, uno sobre la hondura de otro y rodeados de hojarasca, e intentar crear, en aquel ancestral laboratorio, el mismo elemento natural tan poderoso y útil. Una vez conseguido, alguien se encargaría de conservar y custodiar el ardor de las ascuas de aquel pequeño milagro que tanto trabajo había costado hacer realidad.

Se había conseguido crear artificialmente EL FUEGO.



Puede que os estéis preguntando qué relación tiene esta introducción sobre la creación del fuego, con la ingeniería y construcción de las obras públicas… Yo diría que es una relación imprescindible, pues sin fuego no existirían nuestras obras de ingeniería: lo que en un principio sería tremendamente necesario para mantener caliente el interior de las cuevas, asar la carne de caza con la que se alimentaban o, por ejemplo, hervir el agua introduciendo piedras ardientes calentadas en una hoguera, en el líquido vertido en cuencos de madera para hacerse infusiones y remedios para la salud, más tarde se convertiría en un elemento imprescindible para llevar a cabo obras de construcción, ya que el fuego sería absolutamente crucial para, por ejemplo, la producción de ladrillos secados en hornos; la obtención de la cal mediante la calcinación de la piedra caliza; para fundir metales en crisoles y endurecer herramientas sobre yunques; para conseguir el acero empleado en la fabricación de las barras corrugadas de armaduras; para el moderno cemento, al calcinar las proporciones de caliza y arcilla que lo componen, ingrediente imprescindible en la receta del hormigón; o las modernas mezclas bituminosas en caliente, que son una combinación de áridos (piedras) y betún…
Así que si, en un principio, uno de nuestros primitivos antepasados llegó a visualizar colocar un tronco de árbol para salvar el cauce de un río, también imaginaría, mediante la observación y experimentación, de qué manera podría emplear aquel poderosísimo elemento ígneo para sus necesidades futuras.

Hasta otra.

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