MEMORIAS DE MARCO. HISPANIA (VIII). EL FINAL.
Siento la mano de Octavia asida a la mía. Octavia, sólo ella, la bella, hasta el final. Es lo único que percibo mientras mi maltrecho cuerpo yace postrado en mi lecho. El vahído que sufrí ayer por la mañana ha sido más grave de lo que parece: afectó tanto a mi cabeza que me obliga a permanecer inmóvil, llegando solamente hasta mis oídos las conversaciones de los pocos que se acercan a visitarme y hasta mi mano izquierda el roce de los dedos de la mujer única que me acompaña en estos aciagos momentos. Decía mi colega Agripa que para que una estructura de ingeniería se colapsara y se viniera abajo tendrían que pasar tres circunstancias, y todas a la vez: que estuviera mal proyectada o prevista, que estuviera mal ejecutada o construida y que, además, el terreno no aguantase, que no fuera el idóneo y colapsase. Si sólo se daba una de ellas, entonces la obra se mantenía en pie. Pues bien, la estructura de mi ser físico ha sufrido el cumplimiento de estas tres condiciones: el cu