MEMORIAS DE MARCO. HISPANIA (V). VÍAS Y CAMINOS
Anoche dormí bien. Me he
levantado a gusto, descansado…, a pesar de los sonidos de Sédrik y Libia, mi
esclava númida, en mitad de la noche.
Creo que Sédrik y Libia se aman. Lo noto en
cómo se miran cuando se cruzan fugazmente por el patio, junto a la fuente.
Ellos se creen que estoy viejo, que chocheo, pero me doy cuenta de todo. Los
oigo por la noche fornicar cuando él entra, a escondidas, en el habitáculo de
ella. Se creen que duermo, pero los ancianos tenemos el oído fino. Es lo que
nos va quedando cuando perdemos la vista, el gusto y el olfato. No me extraña
que se gusten. Ambos son bellos. Él tiene brazos poderosos y está bien
proporcionado. Posee el pecho fuerte y las piernas fibrosas de sujetar la
pesada hacha con la que parte la leña para el invierno y de levantar las
piedras con las que ahora ayuda a los obreros en la formación del pequeño muro
de mampostería del jardín. Pero Sédrik tiene esa curiosa característica de
muchos integrantes de las tribus celtas de Britania: el pelo color azafrán y
la cara moteada de manchas del mismo color. Libia, sin embargo, es preciosa por
naturaleza. Así lo habrían querido Venus y Diana. La númida tiene la piel
oscura, típico de su raza. Labios gruesos y ojos raramente claros como el color del mar límpido y sereno al amanecer. Su pelo, negro como el carbón, es extrañamente lacio —a diferencia
de las de su especie, que lo poseen rizado o encrespado— y recogido siempre en
dos graciosas trenzas que le caen sobre los hombros, sin llegar a acariciar sus
pechos, pequeños pero sensualmente turgentes y redondeados. Las curvas
armoniosas de su contorno las adivino vislumbrándose a través del fino y corto
paño con el que la viste Antonia, mi sirviente más anciana. A Libia nunca la he
visto desnuda. Nunca la he obligado a despojarse de su sencilla ropa como hacen
otros patricios romanos propietarios de hermosas esclavas. Octavia no lo
hubiese permitido. Y yo, teniéndola a ella, a Octavia, nunca lo hubiera hecho.
Octavia respeta a todos los hombres y a todas las mujeres aunque sean esclavos.
Me gusta más así. Simplemente sentir el roce de los dedos de Libia mientras me
viste. La númida es de estatura notable, como su amante celta, aunque mayor que
él en edad. Él le ofrecerá su vigor y juventud y ella le corresponderá con su
experiencia y pasión. Extraña atracción: un hombre de piel blanca como la leche
de cabra y una mujer negra como el ébano. Cuando escucho sus gemidos de placer en la lejanía de mis habitáculos, resonando en el más absoluto de los silencios de la noche, este
pobre viejo se los imagina con sus cuerpos fundidos, en una unión de piernas
entrelazadas, y manos recorriéndose mutuamente la sensible y ofrecida piel
de tonos tan dispares, opuestos, y contrarios. Pero la belleza no entiende de
diferencias. Para cada uno de nosotros las cosas tienen su propio atractivo. Y
es que cada uno de ellos, Libia y Sédrik, es hermoso a su manera, y ellos se
han dado cuenta, lo han vislumbrado y se gustan. Se gustan y se atraen. Como
las partículas de signo opuesto de la naturaleza. Vigor, experiencia, juventud,
unión, cuerpos entrelazados, manos que recorren… Eso es, simple y llanamente,
lo que está ocurriendo en nuestro imperio, aunque los nobles ciudadanos romanos
no lo quieran: la mezcla, lo diverso, la unión de pueblos diferentes. Los
viejos cónsules, los nobles patricios, los veteranos de campaña creen en la
pureza de la ciudadanía romana, en la Roma Imperial, dominante. Pero yo no.
Porque si algo nos ha hecho resurgir de entre los pueblos es nuestro afán
de unión y conexión. Unión, pueblos entrelazados, caminos que se recorren,
juventud, pasión… Roma ha unido aldeas y ciudades mediante nuevos puentes, y ha
conectado nuestra ciudad-estado con las penínsulas y territorios bárbaros
mediante los caminos.
Quizá me atraiga y me llame tanto la
atención la exótica unión de Sédrik y Libia porque me recuerdan a la variedad
de razas en Hispania.
Hispania…
Hispania: los celtas galaicos de la cornisa
noroccidental cercanos a Finisterre, de piel clara, los aguerridos cántabros de
largos cabellos castaños y en cuyas campañas participé, astures, numantinos de
tez marrón como la arcilla, lusitanos, hispalenses, fenicios de paso por las
costas del Mare Nostrum en las aldeas de Lucentum, Valentia o Barcino…; y Roma,
romanos y romanas, en todos y cada uno de esos sitios. Mezcla de pueblos, de
color de piel, de pelo, de ojos… Eso es Hispania: uniones y conexiones. La
experiencia de Roma en los nuevos recorridos. Nuevos acueductos, nuevos
puentes, y jóvenes caminos y renovadas vías con la experiencia de la
construcción romana. Las vías de Roma en Hispania, ejecutadas por nuestros
legionarios, albañiles y peones, y por el Estado de Roma y mantenidas por los
pueblos que las disfrutan y las recorren. Arterias vertebradoras como la Vía Augusta atravesando el eje
mediterráneo, desde la Galia a Gades, el Iter
ab Emerita Asturicam por el lado occidental de Iberia, la Vía Atlántica por las provincias lusas,
o la Vía Norte, desde Tarraco hasta
más allá de Palantia, pasando por Ilerda, Caesaraugusta, Numantia y Clunia, perdurarán en el tiempo. Todas ellas
perdurarán y servirán para unir,
fusionar, conectar, entrelazar, recorrer los pueblos ya existentes, su experiencia y su pasión, con las nuevas,
vigorosas y jóvenes colonias por fundar en Hispania. Todas ellas, las vías,
serán utilizadas, aprovechadas y conservadas por los romanos e hispanos a
través de los años, y sus trayectos perdurarán a través de los siglos. Los
caminos romanos sobrevivirán a la Roma misma…
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