Santa Pola, "Portus Illicitanus"

Puerto de Santa Pola, Virreinato de Valencia.
Día tercero del mes de octubre de 1609

«El lugar comenzaba a llenarse de personas, hombres, mujeres y niños, portando los enseres que habían podido llevar consigo en los últimos tres días. Los más afortunados, unos pocos, tiraban de  pequeños carros y carretas con unas cuantas ropas, y aquellos humildes recuerdos de toda una vida que no ocupaban lugar o pesaban poco. Los más desgraciados, la gran mayoría, caminaban pesadamente con lo puesto, pues habían sido asaltados y ultrajados por los bandidos y atracadores que les despojaron de sus pocas pertenencias durante el camino de ida desde la ciudad, en la que habían vivido ellos y sus antepasados cientos de años atrás, la villa de Élig, hasta ese puerto cercano de Santa Pola, donde esperaban las galeras de la Corona Real que les debían de llevar expulsados hasta las costas de Orán, y de allí debían dirigirse hasta Argel, abandonados a su suerte.

    Una compañía de mosqueteros y otra de arcabuceros de los Tercios de Nápoles eran los encargados de asegurar que aquellos renegados en la Fe, los moriscos, subieran la pasarela hasta esos imponentes navíos que les llevasen a tierras argelinas, donde también les esperaría la repulsa y desprecio de los que ellos consideraban sus correligionarios en la creencia del Profeta.

    Aquel día se presentaba espléndido en el puerto de Santa Pola, el cielo era de un azul intenso, jaspeado por pequeñas formas de algodonadas nubes blancas. El sol iluminaba el lugar con una luz agradable como en los mejores días de fiesta... Pero aquélla era una jornada en la que se presentaban grises nubarrones en el ánimo y corazón de cientos de personas allí congregadas y que esperaban el momento de la partida. Cristóbal, morisco joven, y María del Carmen, muchacha de padres cristianos, eran dos de esas personas. Se encontraban a los pies de la escalinata de subida al galeón y la pequeña Marieta, su hija de poco más de tres añitos, estaba en medio de ellos. La mujer miraba a Cristóbal con tristeza pero con unos ojos que, bajo las lágrimas, reflejaban un amor inmenso. Se acaban de besar por enésima vez y el hombre intentó encontrar las palabras adecuadas para la esperanza de María:

    -No os preocupéis la niña y tú, ya veréis como esto pasa pronto. El decreto llegará al olvido y podré volver para veros...- le decía a su mujer mientras enjugaba delicadamente con los dedos las lágrimas que resbalaban por el rostro de ella. María se le echó al cuello desconsoladamente- O quizá tus padres te dejen viajar y podáis venir las dos a verme, y de nuevo estaremos juntos. -Cristóbal observó de soslayo a los padres de su mujer, que se encontraban a unos prudenciales metros con aspecto inquisidor. No se fiaban de que en el último momento su hija subiese al barco con la nieta de ellos para seguir a aquel yerno amigo de los moros.

    Cristóbal se soltó con suavidad de los brazos de María y se agachó hasta mirar a la misma altura los ojos de su hija. Ahora fue a él a quien la mirada se le tornó vidriosa. Cubrió las mejillas de aquella pequeña carita con sus manos y le dijo con ternura:

    -Mi pequeña, mi vida, mi amor..., recuérdame siempre. -de repente sus propias palabras le sonaron a larga despedida. Tragó saliva para continuar-: Recuérdame como yo lo haré todos, todos, todos -repetía con énfasis- y cada uno de los días que esté fuera. Que sepas que tu papi hará lo imposible para que volvamos a estar juntos tu madre, tú y yo. Te quiero con toda mi alma... -Y cogió su ligero cuerpo en un abrazo que quisiera infinito mientras la congoja invadía todo su ser. La niña, aun en su inocente incomprensión de los acontecimientos, le correspondió rodeando con los brazos el cuello de su padre. Una voz grave les sobresaltó:

    -¡Vamos, es el momento, ha llegado la hora! ¡Todos arriba! -Un soldado portando coraza y alabarda agarró con rudeza a Cristóbal del brazo, lo separó de su amada familia, y le conminó a que no demorase más el momento y se dirigiera a la cubierta de la nave de inmediato. Despedidas apresuradas, llantos y gritos se hicieron dueños del ambiente. Inexplicablemente también los había quienes cantaban pues creían que por fin se dirigirían a la tierra de sus ancestros y les esperaría una vida mejor. Y en toda aquella mezcla de sentimientos, y bajo ese hermoso cielo de otoño, María despidió al padre de su hija, a aquel hombre que conoció una tarde de mayo junto a un campo de palmeras de la villa de Elche mientras él trabajaba de tripero y ella paseaba por el lugar, y del que sus enormes ojos negros la enamoraron para siempre.

    María le pidió, procurando con toda su alma que lo último que viera su hombre antes de partir fuera la hermosa sonrisa de su mujer:

    -Regresa pronto, por favor... Adiós, Cristóbal. Adiós mi amor.
  -Adiós María. Adiós, mi pequeña Marieta... Nos veremos cuanto antes, no lo olvidéis. -Y Cristóbal se giró, obligándose a no volver la vista atrás».

    El puerto de Santa Pola, población cercana a la ciudad de Elche, en la provincia de Alicante, vivió, como otros tantos de nuestra geografía -Alicante, Valencia, Dénia, Cartagena...-, este singular episodio de la historia de España, la expulsión de la comunidad morisca de territorio español.

    El Decreto Real firmado por Felipe III el 19 de septiembre, del año del Señor de mil y seiscientos y nueve, y publicado el 22 de ese mismo mes, lo dejaba bien claro: los moriscos debían abandonar España para siempre, a excepción de un pequeño porcentaje que se quedaría para seguir sirviendo a sus señores, acaudalados cristianos viejos, con el fin de no ver mermada la atribución de mano de obra barata necesaria para sacar adelante sus haciendas y negocios.


    También podían quedarse aquellas mujeres moriscas con hijos pero que estuvieran casadas con cristianos viejos; sin embargo, la cristiana casada con morisco estaba condenada a verlo partir si ella no deseaba acompañarle a tierra de infieles. También en este último caso, de tener hijos o hijas mayores de seis años, éstos pequeños estaban obligados a seguir a su progenitor. Los morets menores de cuatro años de padres y madres los dos moriscos podían quedarse en Elche con el permiso paterno, pero la inmensa mayoría embarcaban con sus progenitores; los que no lo hicieron se quedaron como sirvientes, fueron adoptados o secuestrados para servir de esclavos. Se dice que los padres y madres de muchos de estos niños les hacían pequeñas señales o cortes en la piel (orejas, brazos, axilas...) con el fin de poder reconocerlos si volvían al cabo de los años a por ellos... 

 La narración que presento al comienzo es fruto de mi imaginación, pero posiblemente se vivieran situaciones parecidas a éstas en aquel día.


Alabardero y galeón en el puerto de Santa Pola
(Detalle de ilustración del "cómic" Historia de Elche. Ajuntament d`Elx. Información)

    Me vino a la cabeza este hecho para introducir el post dedicado a este pequeño, pero importante puerto  -portus illicitanus, como le llamaban los romanos-, y unos pocos apuntes de su historia:

    El puerto de Santa Pola ya contaba con una cierta e importante actividad con la llegada de los grandes comerciantes y navegantes fenicios y la relación de los pobladores del lugar con otras culturas venidas de oriente, como la griega, allá por el siglo VI a.C, aunque seguramente su fisonomía no constituiría mucho más que un pequeño avance y prolongación de la tierra sobre el mar en forma de unas cuantas piedras bien posicionadas, como ocurría con la mayoría de los puertos de las ciudades costeras que recibían regularmente la llegada de embarcaciones.

    Fue en la época imperial romana cuando vivió un gran esplendor, siendo puerta abierta al Mediterráneo de la Colonia Iulia Ilice Augusta (la actual Elche) por donde se daba entrada y salida a los productos comerciales que se almacenaban o se producían en los almacenes o en la factoría de salazones  de pescado donde se elaboraba el famoso "garum".

    Con la caída del imperio romano, en el siglo V d.C., la actividad e importancia del puerto decae como ocurre en la mayoría de las poblaciones del levante; sin embargo durante toda la Edad Media la costa de Santa Pola es escenario de desembarcos y actos de piratería de los berberiscos africanos. De hecho se dice que, en 1552, el famoso pirata Barbarroja desembarcó con 25 galeotas frente a la Torre del Pinet.

    Aparte de estos hechos históricos, el puerto de Santa Pola cuenta con otros acontecimientos importantes como son la instalación de la Aduana Real, que determina su emplazamiento en 1844, o la visita de la Escuadra Real en la que viajaba Alfonso XII, en 1877.

    Es ya a comienzos del siglo XX cuando comienza el proceso de configuración del puerto actual, con sucesivas obras de ampliación y mejora a lo largo de los años y períodos.

    Hoy en día, el de Santa Pola es uno de los puertos pesqueros más importantes del Mediterráneo español, donde además se embarca la sal de las famosas salinas de la zona, y se construyen embarcaciones deportivas y desde donde parten los  legendarios "Tabarqueros", los barcos o embarcaciones que transportan, con sus idas y venidas, a los vecinos y visitantes de la cercana y turística isla de Tabarca.


Vista parcial del puerto de Santa Pola (Fuente: Wikipedia)

    Después de la entrada inicial, de unos pequeños apuntes acerca del "Portus Illicitanus", y de este vídeo de sólo 7 "minutillos" que a continuación os presento, por si disponéis de ese tiempo, en el que se habla también de restos arqueológicos, torres defensivas, aljibes, molinos salineros, del faro y pescadores...:




...sólo me queda por deciros ¡Feliz Verano, y hasta otra!

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